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Encuentro de arte y de AMOR

Ágape quiere decir AMOR en su sentido más profundo y también CARIDAD, abrirse hacia los demás, cambio, convite.

Marida Maccari con colores de luz llena cuenta la belleza, que siempre ilumina al creado y a las criaturas.
Es un canto "en plein air" que implica la musicalidad universal en el enlace entre sueño y realidad.
El corazón es un bote que viaja constantemente por la tierra del ARTE, lugar en el que la fantasía es la reina.
Así cada día nuestra artista se ilumina e iluminándose esclarece todo lo que está adentro y afuera de sí misma; se cuenta a través de sus poemas que van a la raíz, fuente primaria de su ser una mujer.
Es la elevación de la lámpara de Diógenes, en la que el pensamiento se acompaña con los caleidoscópicos flúidos del signo y del dibujo.

Es un continuo entreabrise de universos sobre escenografías de mundos desconocidos, planetas por explorar, interioridades reaparecidas, como si a dibujar fuera la energía vibrante del AURA PRIMORDIAL.
El recuerdo se vuelve CANTO FÍLMICO, fantasmagoría de iluminaciones.
Queda claro que en esta artista todo tiene medida, así como en la lírica griega clásica, y se puede hablar de largas pinceladas divididas de dos en dos como el ritmo de un espondeo en los teatros del infinito.
Allá donde corre el río se asoman los Sofistas con su sentido de la vida en una inenarrable secuencia llena de música de espirales intensas.

En el eco de VUELTAS (Nòstoi habrían dicho los antiguos griegos), cada rey caudillo, para MUJERES/REINAS de tierras y aguas, invoca canciones en calles blancas o en acantilados en los que corre el viento.
Las notas de Tenco y un AMOR todavía buscado e invocado.
ANDAR... ANDAR... para ir LEJANO con modulación pausada y de ensueño.
El extraño y radioso misterio que encontró Magritte en el surrealismo o Chagal en refugios de ternura y liberación de colores.

Un corazón de piedra se transforma en un corazón de carne en el alcance de la CARIDAD.
Es el milagro de la ternura, el cuento de la nostalgia de arribadas en la libertad de nuestra tierra ("LE MAL DU PAYS", para citar otra vez a Magritte), la interposición del Leon y del Ángel, la delicadez de una ola de luz.
Serenidad como PAÍS INOCENTE (el poema de Ungaretti), cantado por Marida, ánima narradora, Aedo que todo siente y todo comparte en la unión de un tiempo eterno, en la comunión profunda de un abrazo.
La vida para nuestra artista es un IMPERATIVO CATEGÓRICO, UNA CALIENTE LUMINISCENCIA, UN CANTO DE FUEGO VIVO EN EL QUE RESURGIR DE LAS TINIEBLAS CON LA PUREZA DE UNA FLOR DE LIS.
Es el dulce despertar de una glicinia, el encuentro entre una flor y los ojos de un niño.

   
  Sandra Luccarelli
(critica d'arte)
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